martes, 23 de junio de 2020

Cuando Camino




4:30 a.m. el sereno de las primeas  horas de la mañana refresca mi cara, se siente el frío como cuando abres un congelador de golpe y el aire recorre todo tu cuerpo. Mis piernas no se cansan de recorrer los caminos y por suerte aún son fuertes y se esfuerzan en cada paso para no tropezarse y hacerme caer al suelo, puedo sentir como poco a poco va surgiendo el sudor de mi cuerpo y sonrojar mi rostro, y pequeñas gotas de agua bajar por mi frente. Respiro hondo, mi respiración se acelera mientras mi cerebro le advierte a mi cuerpo que aún falta un largo camino por recorrer, vuelvo a inhalar, exhalo lento, voy cruzando un sendero rodeado de árboles verdes, todos están alineados como si fuesen eternos guardianes, sus hojas se mueven de un lado a otro por el impulso del viento y viajan ligeras que es casi imposible de ver hacia donde caen. El cielo, es de un color azul claro, ese azul que me suele recordar a esos días de paz. Las nubes se van alejando, y los rayos del sol empiezan a iluminar mi camino y los charcos de agua que están en el piso comienzan a  mostrarme el reflejo de la vida al pasar. 
Decido desviarme y dejo que los árboles me muestren el camino, algunos me llevaban a lugares hermosos donde la vida irradiaba felicidad, el trino de los pájaros, el ulular del viento, pero también están las sombras que me hacen temer lo peor, que no dejan pasar ni un rayo de luz, y las ramas espinosas que bloqueaban mi camino forzándome a empujarlas hasta lastimarme, pero a pesar de las dificultadas que en  alguno de mis recorrido se presente, he de preferirlo a una paisaje plano y desolado, con rayos de sol devoradores. Así es como sigo recorriendo más caminos hasta donde mis pies me permitan llegar.


Li.Lo.

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