4:30 a.m. el sereno de las primeas horas de la mañana refresca mi cara, se
siente el frío como cuando abres un congelador de golpe y el aire recorre todo
tu cuerpo. Mis piernas no se cansan de recorrer los caminos y por suerte aún
son fuertes y se esfuerzan en cada paso para no tropezarse y hacerme caer al
suelo, puedo sentir como poco a poco va surgiendo el sudor de mi cuerpo y sonrojar
mi rostro, y pequeñas gotas de agua bajar por mi frente. Respiro hondo, mi
respiración se acelera mientras mi cerebro le advierte a mi cuerpo que aún
falta un largo camino por recorrer, vuelvo a inhalar, exhalo lento, voy
cruzando un sendero rodeado de árboles verdes, todos están alineados como si
fuesen eternos guardianes, sus hojas se mueven de un lado a otro por el impulso
del viento y viajan ligeras que es casi imposible de ver hacia donde caen. El
cielo, es de un color azul claro, ese azul que me suele recordar a esos días de
paz. Las nubes se van alejando, y los rayos del sol empiezan a iluminar mi
camino y los charcos de agua que están en el piso comienzan a mostrarme
el reflejo de la vida al pasar.
Decido desviarme y dejo que los árboles
me muestren el camino, algunos me llevaban a lugares hermosos donde la vida
irradiaba felicidad, el trino de los pájaros, el ulular del viento, pero
también están las sombras que me hacen temer lo peor, que no dejan pasar ni un
rayo de luz, y las ramas espinosas que bloqueaban mi camino forzándome a
empujarlas hasta lastimarme, pero a pesar de las dificultadas que en alguno de mis recorrido se presente, he de
preferirlo a una paisaje plano y desolado, con rayos de sol devoradores. Así es
como sigo recorriendo más caminos hasta donde mis pies me permitan llegar.
Li.Lo.
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