miércoles, 30 de octubre de 2013

Días como este.


...
Días como este, me gustaría decirte que todo marcha bien o, que todo se pondrá mejor, que seguiremos soñando maravillosamente como en tiempos pasados. Pero no.
Hoy por ejemplo, no tienes una idea de cuanto me esta costando escribir esto, y no me malinterpretes, deseos me sobran. Sabes que me gusta mucho escribir y sobre todo leer. Pero mi cuerpo hace mucho que se ha vuelto en mi contra. Me ha traicionado.
Me duelen mucho los dedo con tan solo unos cuantos teclasos, se me quebranta horriblemente la moral, al despertar y a penas poder sentir las piernas y muchas veces ni siquiera soy capaz de moverlas. Me duele a morir la cabeza, me cuesta demasiado dormir y por tal razón me duelen todo el tiempo los ojos. Ya ni siquiera puedo leer largos tiempos como antes.
Disculpa si esto que escribo suena tan solo a quejas. Perdóname, es solo que hay veces que ya no resisto y no tengo a nadie con quien hablar.
Pero,  ¿sabes cual es realmente mi miedo y la vergüenza?
Es que con todo esto se que he cambiado mucho y, sinceramente no creo volver a ser nunca más como antes. Yo soy una buena persona. No tienes idea de cuánto daño le he causado  con todo esto. Literalmente he causado mucho daño a mi paso y me duele de sobre manera que sea precisamente a las personas a quienes he querido tanto.
No imaginas cuan doloroso es que te levantes un día y, ves y sientes que todo está bien, te sientes bien, te ves frente al espejo, respiras profundo y te dices a ti mismo: “Me siento bien, estoy bien” y sin darte cuenta haces planes y sueñas, desde cosas tan simples, pequeñas y sencillas, por ejemplo desear comerte algo que se te antoja, quizá ir al cine, tomar un café, correr en bicicleta, o simplemente dar un paseo a pie, tan igual como tener aquellos grandes anhelos de vida. Pero entonces pasado unas cuantas horas, quizá con un poco más de suerte y fortuna, alcanzas el bienestar y la paz por un día… pero luego, luego vuelves a caer de golpe, con más fuerza, con furia, caes casi acabado, ya sin rasgos de algún animo ni fuerza, ni voluntad para poderte levantar de nueva cuenta. Pero no mueres, aun vives, como si ese alguien o ese algo se empeñara en que te quedes al borde del dolor extremo y la salvación porque pareciera que es la peor forma para hacer sufrir a alguien.
Aquí estoy. Tan de mal animo como otras veces, no te llamo ahora, ni te escribo porque desearé tanto un desahogo (…en tus brazos) y llorar, llorar hasta el agotamiento. Entonces verías cuan acabada estoy y me siento, y seguro también a ti te estaré causando un daño.
Tienes muchas cosas que hacer y en que pensar. Tienes que dirigir y administrar tus sueños de vida y conseguirlos.
Yo, en el estado como en el que estoy ahora, he herido a mi madre con gestos, con silencios, con palabras. Por ella me duele más que por el resto. También ella ha perdido la paciencia y se ha desahogado. Hemos llorado cada quien en su propio espacio. Espero que algún día me perdone y pueda entender que nunca ha sido culpa suya, y tampoco mía.
Sé que ella cree que me he vuelto muy fría, cruel, que tal parece que acabé con mis propios sentimientos, que ya nada ni nadie me interesa. Lo sé, mis hermanas me lo han dicho. Yo no lo he negado ni me he defendido. Creen que ya no sufro por nadie más, que solo lo hago por mí.
… si supieran.
Como te he dicho, me duele y me avergüenza mi estado. Me duele no tener siquiera el derecho de arrancarme de mí misma. Me duele no saber para donde jalar, y tampoco ser capaz de quedarme en este estado de inutilidad.
No te mentiré. No tengo la menor idea de por donde ira esto a parar.  Esto que soy yo ahora.

Me he desprendido tanto de todo y de todos. Me duele hasta el último punto de mí ser, decirte que te extraño, extraño tanto ser la que era, estar en donde estaba. Yo… yo ocupaba un espacio en el corazón de alguien y pensaba que (posiblemente) ese “alguien más” me echaba de menos y necesitaba.


                                                                                                                                                   Li.Lo.



jueves, 17 de octubre de 2013

-Se busca -

 

Yo no bebo licor ni fumo, no consumo drogas, tampoco sufro de ansiedades por la comida, no soy adicto a la televisión,  menos a la internet. Pero, bajo estas circunstancias, a algo debía aferrarme y… recordando cuanto te empeñabas en que optara por la tarea de escribir. Hoy me he animado y lo intento en tu honor. Llevo días tratando de escribir algo decente; pienso, me enojo y algunas veces lloro sin control. Me he detenido tan solo para ir al baño, comer y dormir algo. Si con esto no consigo desahogarme seguro entonces, moriré.
Un día lluvioso de junio, hace dos años,  optaste por aislarte de la vida. Harta y oprimida del torbellino de las cosas de a diario que empezaban a apoderarse de todo. Dejaste de comer con regularidad, renunciaste al trabajo, te alejaste de tus amigos y te olvidaste de sonreír.
Te volviste una persona invisible en todo el sentido de la palabra; invisible para los demás, invisible para mí, inclusive para ti.
Yo traté de encontrarte. Te busque y aun sigo en tu búsqueda,  para mí nada ha cambiado, excepto que ahora solo me encuentro con tu ausencia.
Todo este tiempo me he sentido completamente solo. Sigo tratando de vivir con tenacidad y constancia, pero últimamente todo resulta inútil. Aprieto con fuerza los dientes al recordar aquella frase que decías cuando solía flaquear en los momentos como este (aunque pensándolo bien, nunca hubo un momento tan de pena como este): “tú eres inmune al mundo”. Hoy, si lo escuchara de nuevo, a viva voz de ti, te juro que vuelvo a mostrar la sonrisa ancha que tanto me alagabas... ¿Ves porque me hace tanta falta tu regreso?, necesito que vuelvas a ocupar tu espacio bajo tu misma forma de antes. Sé que cruelmente el mundo ha rotado en contra tuya, lo sé. Te estrellaste tantas veces y yo, por más que quise no pude hacer nada para evitarlo porque nunca logre atravesar esa vía de dolor. Ahora quien vive como un fantasma soy yo, en una casa pequeña que últimamente me parece enorme. Por momentos me siento preso de un letargo emocional que me termina incapacitando para cualquier forma de acción. Pero, ¡sigo aquí! Y tú… te has ido.
Nunca fuiste mujer de rutina, a excepción de tus mañanas de deporte antes de ir a trabajar. Te esmerabas todo el día y siempre sonriente aunque al final la tarde el cansancio luchaba por derrotarte. Me encantaba ver tu sonrisa juguetona, tus cabellos alborotados, tus gestos con la taza de café en la mano y esa emoción cargada de cuando hablabas de los  libros, aah… tus libros, que ahora se encuentran regados con el misterio y la incertidumbre de si los  volverás a abrir. Había tantas cosas en ti que me hacían tanta gracia, pero eran especialmente esos pequeños detalles los que me hacían quererte y admirarte tanto.
Tengo miedo de enfrentar a esta vida en tu ausencia, condenado a sobrevivir en un mundo al que tampoco yo creo pertenecer ahora. Este silencio tuyo ya no me resulta conmovedor, todo lo contrario, me parece horrible.
… ¿Te das cuenta de cuan intolerable se ha vuelto todo esto?

He visto a tu amiguita de la vecindad esta mañana, al verme ha levantado una mano y me ha saludado, también sus ojos lucen sin brillo y una sonrisa opaca. Se ha acercado para hablarme, pero no habla, se limita a mostrarme una fotografía que aguarda en un bolsillo. Eres tú y ella, ambas sonriendo. Al reverso de la foto habías escrito: Such us life.
… me has puesto tan cerca de las lágrimas. Las he derramado.

 C

sábado, 12 de octubre de 2013

Mi amigo el jazzista

 Antonio Monterroso es un músico guatemalteco, a quien (me consta) le ha costado cada logro obtenido hasta la fecha, pues hoy día, no solo en nuestro país sino en cualquier lugar del mundo, dedicarse a las artes, y escoger ese camino, la carrera  tan de tu corazón, no es tarea fácil, todo lo contrario, el camino resulta aun más dificultoso, un futuro visiblemente casi imposible. Bien dicen que el éxito no es para todos. Pero Antonio es una persona sumamente ingeniosa, con disciplina, tenacidad, personalidad propia y sin duda un talento excepcional.
Desde hace algunos años, se volvió una persona de equipaje ligero, construye y borra historias a diario, su lenguaje principal es el sonido de su guitarra. Su mayor reto en la vida no es precisamente superar alguien más sino encontrarse a sí mismo y lograr un equilibrio entre lo que ama, lo que le rodea, lo que desea y lo que debe hacer.
Los obstáculos y/o dificultades, en ocasiones suelen ser difíciles de superar, sin embargo él ha logrado tomar partida de ello para superarlos de manera admirable.
Hoy día, como en años anteriores, Antonio suele sentarse a solas, tocar la guitarra, pensar...  encontrarse consigo mismo desde su propia vida.
Ocurre a menudo que en un mundo lleno de superficialidades, los distintos cambios que surgen a nuestro entorno y las constantes competencias, suelen atacar a las personas y que éste muchas veces se ve obligado a cambiar, corriendo el riesgo de perder su propio yo hasta la extenuación. Pero en este caso yo reconozco siempre a la persona con la que suelo comunicarme desde cualquier medio, tal como lo venimos haciendo desde algún tiempo, a pesar de todo tipo de dificultades. Y, siempre me resulta impresionante esa forma tan encantadora y afable de las conversaciones, hecho que se queda grabado en mi mente con intensidad.

Si, lo sé, los años pasan y vaya si se van pasando de cada forma (para todos). Pero también sé que mi entrañable amigo, de corazón jazzista, día con día alimenta a ese ser humano con encanto e inspiración.

http://www.antoniomonterroso.com/


                                                                                                                                                  Li.Lo.

viernes, 4 de octubre de 2013

Desvanecer

–Todos los médicos son iguales. Sé que me dirán lo mismo de siempre, recetarán los mismos medicamentos, las mismas pruebas, tratamientos y las mismas palabras, aunque siempre traten de disfrazar o adornarlo todo como si fuera una especie de sello personal. Yo ya sé que no me curaré.  –Le dije.
 –Pero quizá con este médico todo sea diferente. Mejor. Pienso que un cambio en el tratamiento, por pequeño que sea, pueda tener algún beneficio y causar mejoras. No debes desanimarte.   –Me dijo.          –Yo no estoy desanimada. –respondí.

Silencio…
 –Supongo que estas harta y cansada, no solo de los médicos y sus tratamientos sino de las mismas palabras de todos.
 –Pues sí, la verdad es que sí, pero lo peor es el miedo. Es lo más horrible, y lo que más miedo me da, no es  el dolor en sí, sino imaginar el daño que aun pueda llegar.
Era un día miércoles de abril en que yo volvía a tener una cita con un nuevo médico. Como era la primera vez que me iban a revisar en ese hospital, la visita iba para largo, así que como en otras ocasiones, no quise que nadie me acompañara.  Sin embargo tres días antes, cuando yo había hablado con mi amigo, el insistió tanto en acompañarme que accedí a que nos viéramos al salir de mi consulta. Él dijo que me esperaría en la cafetería que estaba frente al hospital, a una hora que acordamos.
Aquella mañana yo no había desayunado nada, porque la cita médica así lo exigía y porque tampoco tenía apetito. Sin embargo, al cruzar por los pasillos de aquel desagradable lugar, deseé tanto una taza de café, que imaginé tan vivamente el aroma y su calidez. En aquellos pasillos solo había olor a medicina y enfermedad.
Me puse la bata, respiré hondo y cerré los ojos. Corre mi sangre a través de la jeringa. Se dilata y se contrae el tiempo y los silencios, como microorganismos bajo la lente de un microscopio. Y luego todo se disipa. No veo a la enfermera a los ojos, tampoco le contesto cuando intenta hacer conversación. Hace mucho que perdí el ánimo de hablar con la gente. Hago lo mismo con el médico cuando entra y creo que de entrada ya le caí mal.
Sentí frío,  mareo, un molesto hormigueo en los pies y nuevamente me dolía la cabeza con intensidad. Para consolarme, pensé en que quizá era por el hambre, y dije para mis adentros  al salir me bebería un latté  grande y me comería una dona de chocolate. Pero enseguida, esos ánimos se  esfumaron, el médico me miró con suma seriedad, luego percibí su pena y preocupación, nuevamente me pincharon, la inyección tarda en escurrirse por mis venas, no sé si ha sido él o la enfermera, empecé a ver todo borroso. Perdí el conocimiento.

 No sé si me encuentro aun en el mismo lugar, tampoco sé cuánto ha pasado desde que perdí la noción del tiempo en el hospital. Solo sé que ahora estoy en un lugar extraño, en un lugar donde no existe lo visible y lo irreal se hace presente. Por un instante siento la necesidad de que alguien sujeté mi mano o, de un hombro donde posar mi cabeza.  Pienso en mi amigo que se ha quedado esperando, pero…  enseguida reacciono. 
Aquí ya nada es posible. 

                                                                                                                                                  Li.Lo.