lunes, 25 de agosto de 2014

¿Por qué leo?



Yo, si bien era prudente y cumplida, siempre fui bastante miedosa. Nunca me fiaba de nadie, tampoco confiaba  las cosas al azar. Para mí no existía la suerte, tampoco creía en la bondad de un futuro perfecto.  ¿Por qué? Bueno, crecí en un ambiente, y una familia que me educó así, muy a mi pesar y dolor, mi vida desde siempre fue una vida desigual.
Un buen día,  cuando recién había aprendido a leer y escribir, fije la mirada en un libro y, sin siquiera pensarlo, creerlo o imaginarlo, aferre mi vida a este.
Desde entonces me enamoré de la lectura, se volvió mi faena sin contrato, sin limitaciones, adquirida tan a voluntad propia y a placer, y aún con las censuras y disgustos que provoca en ocasiones a mi entorno, el solo pensar en ello me hace sumamente feliz. Lo que yo encuentro en esas páginas tenaces, resistentes, a veces melancólicas, en ocasiones descarnadas, incluso brutales…,me estremecen con esa grandiosa energía que he ido descubriendo en ellos, en los libros, soy incapaz de encontrarla en ninguna otra parte. Y, cuando llegan las fases de pérdida, de miedo, tristeza, caída, en la nada o el todo de la vida, me detengo a leer,  como quien hace un alto en las labores diarias para rezar, respirar profundamente y así  ser capaz de volver a la vida.
Los libros siempre me han enseñado algo (o mucho) a diario. A mí los libros me estremecen, me hacen sentir libre, a salvo, idónea. Ellos marcan mis huellas en la vida.  Los libros… son la fuerza silenciosa y serena que nace de la sabiduría y se posa en mi boca, en mis pies, en las palmas de mis manos, estas manos en las que a veces creo que todo cabe: la alegría infantil, la seriedad de la madurez, la paciencia, el éxito, el fracaso, la bondad y la eterna magnificencia de  un abrazo, incluso la violenta tempestad del corazón con sus desenfrenos y la serenidad del ánimo. El universo.
En los libros hay mucha vida, reinos mágicos, mundos misteriosos, grandes secretos y  tesoros incalculables.
 … En fin, los libros se han convertido en mis amigos del alma (que cada vez son más), los que nunca me abandonan, los que me susurran sus historias en voz queda, los que me hablan cuando nadie más lo hace. Nos escuchamos en silencio… desde su corazón hasta mi corazón. Gracias a ellos no sufro de la sensación de desamparo y  soledad. Los libros me protegen de la derrota, de la depresión, del aislamiento e incluso de la locura, y no dudo que también ellos me hayan salvado de la muerte física y la pobreza espiritual.

Relato dedicado a un ser humano maravilloso que conocí hace muchos años (1996), quien me dio cobijo, amistad, café, conversación… y libros. 


Li.Lo.

lunes, 4 de agosto de 2014

La gente como usted… (Robert Walser)




Sé que no es de esperar respeto por mí de usted y de los que son como usted; porque usted, y los que son como usted tienen una desmedida opinión de sí mismos, que les impide comportarse con inteligencia y consideración. Sé con certeza que usted forma parte de esas gentes que se creen grandes por ser irrespetuosas y descorteses, que se creen poderosa porque se les ocurre la palabrita <<sabio>>. La gente como usted se atreve a ser dura, descarada, grosera y violenta frente a la pobreza y frente a la desprotección. La gente como usted posee la extraordinaria sabiduría de creer que es necesario estar en lo más alto en todo, poseer un gran peso en todas partes y triunfar a todas las horas del día. La gente como usted no se da cuenta de que eso es de necios. De que ni entra dentro de lo posible ni puede ser deseable. La gente como usted es jactanciosa y está dispuesta en todo momento a servir celosamente a la brutalidad. La gente como usted es muy valiente para evitar con cuidado todo verdadero valor, porque sabe que todo verdadero valor promete perjuicios, y es muy valiente para presentarse siempre como gente buena y hermosa, testimoniando enorme placer y enorme celo. La gente como usted no respeta ni la edad ni el mérito, ni sin duda el trabajo. La gente como usted respeta el dinero, y el respeto al dinero le impide respetar cualquier otra cosa. Quien trabaja honradamente y se esfuerza afanoso es, a los ojos de gente como usted, un completo asno. No me equivoco; porque mi dedo meñique me dice que tengo razón. Me atrevo a decirle a la cara que abusa de su cargo, porque sabe muy bien qué complicaciones e incomodidades traería darle un correctivo; pero con todo el favor y benevolencia de que goza, y los favores presupuestos de que se rodea, aun así se sabe atacado; porque siente sin duda cuánto vacila. Traiciona la confianza, no mantiene su palabra, daña sin pensar el valor y el prestigio de aquellos que con usted tratan, los explota sin compasión cuando dice hacerles bien, traiciona al servicio y calumnia al amable servidor, es extremadamente voluble e inseguro y muestra cualidades que se puede disculpar en una muchacha, pero no en una persona como usted. Disculpe que me permita tenerlo por muy débil…
-Sin los poetas como Walser se contaran entre los espíritus que gobiernan, no habría guerras. Si tuviera cien mil lectores, el mundo sería mejor. Sea como fuere, el mundo está justificado por haber gente como Walser.”- Hermann Hesse. 


Li.Lo.

sábado, 12 de julio de 2014

NOSOTROS




La verdad es que somos dos bichos raros tu y yo. Nos movemos por este planeta como si en él sólo viviéramos nosotros dos y nadie más. Hemos entablado en realidad una amistad implacable y alocada, como si entre el resto de la gente fuera imposible encontrar otro ser digno de llamarse amigo. No somos, a decir verdad amigos, sino hermanos, como dos que un buen día se encuentran en el mundo. Yo francamente pensaba en no estar hecha para la amistad, aunque a la fecha sigo sin comprender que es aquello tan fabuloso que descubrí en ti y me hace creer en ti y querer estar siempre a tu lado. Te agradezco profundamente que pienses de igual forma sobre mí, aunque tú ni siquiera necesitas decirlo, tus actos siempre me lo han demostrado.
Nuestra amistad tiene, sin duda, algo misterioso si te digo que, en el fondo, no es tan imposible que nuestros corazones estén unidos a pesar de que nos disponemos, en repetidas ocasiones (tiempos prolongados) a distanciarnos. Precisamente ahora pienso que, estar lejos uno del otro, no hace más que fortalecer y enaltecer nuestra amistad. En tus cartas siempre eres muy atento, afectuoso  y con una gracia que me hace pensar que a veces no soy digna de tanto aprecio, y para ser más honesta tantas atenciones las encuentro simplemente deliciosas. Te quiero.
¿Tendremos alguna especie de excepción?…
Tu viaje más largo ha sido de siete años, el mío de dos. Eternos viajeros.
 Aquella época debió de fulminar ese sentimiento o afectarnos de alguna forma. Sin embargo, a la fecha, nuestra correspondencia no ha cesado, unida a una buena dosis de sanas carcajadas al teléfono y algunas lagrimillas que siempre apremiaban la prolongada charla o nuestros gratos silencios que lo dicen todo sin palabras, nos aveníamos perfectamente bien. Tú y yo, hechos metáfora: nos removemos, cortamos, pegamos, pintamos y nos encuadernamos en el interior de imágines (momentos compartidos) que, de verdad son más que dignas del recuerdo.
Nuestra amistad no es perfecta, sino única. Lo he dicho al inicio de lo que escribo, lo nuestro es una amistad de hermanos raros y de locos, y muestra de ello es que, en cierta ocasión, cuando recién empezábamos a conocernos, Tu, tuviste la gran oportunidad de odiarme, de no quererme, sin que yo hubiese podido evitarlo, pero bastó que nuestras miradas se encontraran (no más de dos a tres segundos), darnos la vuelta y cada quien tomar su camino, para que esa misma tarde alguien fuera a verte a tu casa, y en medio de un silencio profundo y extraño, nos sentáramos en las gradas de la entrada... Dos sonrisas, vistas perfiladas al horizonte. Así fue como sellamos nuestra amistad.
Cuantas horas maravillosas he pasado luego en tu compañía. Siempre tierno, cariñoso, divertido y respetuoso. Creo que el placer de nuestra alegría en común nos mantiene con vida.
Nuestros días también se van entre polvo, entre nubes que se amontonan y se alejan, lluvias cargadas con nostalgia y melancolía, que muchas veces nos dejan extenuados. Ambos sabemos que, si no te marchas tú, me marcho yo, pero al final volvemos a nosotros. Nosotros hacemos al destino, nosotros nos rebuscamos en los confines de la tierra y nos hacemos reencontrar. Tú me dices:
-¿Así que te vas a recorrer el ancho mundo?
Yo respondo:   -“Poco ancho es este ancho mundo para nuestra amistad”.
En esta última ocasión me ha tocado a mí hacerte la pregunta, y tú me das la típica respuesta, cual si fuese clave y contraseña, música y su canción.

Vuelve cuando sea el momento, estoy siempre preparada para recibirte como te mereces: Ancha sonrisa, brazos abiertos y un te quiero, que solo contigo que queda perfecto.
Ojalá vengas pronto.


Li.Lo.


jueves, 27 de febrero de 2014

ESPERO CURARME DE TI

Espero curarme de ti en unos días.
Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte.   Es posible.
Siguiendo las prescripciones de la moral en turno.
Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana?
No es mucho, ni es poco, es bastante.
En una semana se puede reunir todas las palabras de amor
Que se han pronunciado sobre la tierra y
Se les puede prender fuego.
Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado.
Y también el silencio. Porque las mejores palabras de amor
                                                                                    Están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral
Y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero
Cuando digo: “qué calor hace”, “dame agua”,
“¿Sabes manejar?”, “se hizo de noche”
Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías,
Te he dicho “ya es tarde”, y tú sabías que decía “te quiero”).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo.
Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras:
Guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura.
No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana
Para entender las cosas. Porque esto es muy parecido
A estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón. 

-Jaime Sabines-