sábado, 9 de abril de 2011

Otra parte de mi...

Una lenta anestesia me entumecía lucidamente, descomponía en miles de pequeñas demoras toda mi urgencia por hacer las cosas bien. Alguien se ríe. Alguien está a la merced del olvido… Alguien.
Los primeros días de la nostalgia anchaban como la avenida Las Américas. Vino nuevamente a mi memoria ese recuerdo tan clarificado de aquellas noches tristes y en especial de aquel día que me encogí de hombros, recostada sobre un pupitre viejo, y mojaba mis papeles con tinta de lapicero.
Fue  entonces cuando  me salvé de salir arrancada ese primer día de clases en la escuela y del planeta. Fue desde entonces que obtuve un puñado de amigos, que son los mismos que alimentan mis horas tristes, de nostalgia y alegría; una mezcla milagrosa de locos, temerarios, iracundos  y suicidas, con los que reinventamos lo de ir a parrandear como gente decente los viernes por la tarde, después del colegio, y años después, sin perder el hilo, al regresar del trabajo como enajenados, muchas veces sin levantar la cabeza.
Nunca supe la exacta dirección de mis debilidades, excepto lo de salir todos los domingos, sin saber a dónde, escogiendo mi destino para llevar y pasar el día.
En aquel entonces si sabía qué hacer con cada palabra, cada frase en el momento exacto. Solía decirme para mí, que el vino sería para descansar y recordar en sereno. Todo para mi tenía control o bien pensaba que era capaz de controlarlo todo, capaz de convertir la angustia de un domingo por la tarde en un piedra de río, sujeta a la orilla; firme, inmóvil, y es que creía que con chasquear los dedos podía revertir lo terrible de las noches, ahuyentando mis fantasmas. Creía que tenía magia, y eso me ponía sobre los hombros de abrigo al amanecer, al caer la noche, al llegar el alba… permanecí frente a ese recuerdo tantas veces con una taza de café, en esa tarde maravillosamente cálida.
A hora. Miro sin querer respirar para que no desaparezcan entrecruzados mis recuerdos  con un desliz del presente o en alguna esquina de la memoria.
Me acostumbro a estar triste hasta los huesos y a llorar mirándome en la oscuridad. Entonces me da por desaparecer jornadas completas, me hundo en un recuerdo de cuando iba a la escuela con la pesada mochila rellena de útiles sujeta a mi espalda, con los ojos que aun guardaban la dulzura de una inocente niñez, y una sonrisa envuelta en urgencia, con la mirada afilada de la angustia. Ignoraba la razón por la cual debía de estar ahí y la verdad tampoco me interesaba saber nada de nada. Al pasar los años, y ver que el camino se tornaba mas empedrado, me vi muchas tardes, sobre todo después de clases, entrar a una iglesia, mi sombra me seguía. Me arrodille a los pies de un santo color castaño, movía los labios sin emitir sonido alguno pero con los deseos tan bien puestos en mi mente y corazón, supongo que eso es rezar… me bajaba tanta tristeza que me corrían las lagrimas sin parar, y pensaba, me sentía como una equilibrista lanzada hacia un hoyo sin red.
El tiempo no detiene su rumbo, ni siquiera lo pausa. Más tarde, me veo a mi misma sentada en una clase, donde la lógica del conocimiento para mi dejo de existir, en el aire del salón se incrustaba una vaga sensación y deseo de vivir, sin embargo era tan solo un día más. Así que decidí vegetarme en medio de lo increíble, en mi imaginación que viajaba de aquí y al infinito de la mano de innegables alucinaciones.
Y, fue cuando apareciste TU, parecías ausente, navegando en una distracción de luz y sombra, y fue esa manera tuya, de silencio de habitación que calza sin un roce, sin una explicación con el mundo, la que me cautivo hasta el último poro. En claroscuro, lejano, casi no sonreías, caminando en una avenida de algo, yo te miraba desembozada, desde el inicio, desde tu más leve matiz, a toda hora con las pestañas fijas. Me quedo internada en la sombra del terrible jardín interior de tus cejas  sin familia.
Un día te veo en un color azul pálido con las manos en los bolsillos, con tu cara de género y te vas sonriendo sin raíces. Entonces, decidí dejar tirada mi alforja del destino, mis útiles para ser profesional,  allí, en la calle y corrí tras de ti. Tú no me veías.
No sabría decir cuánto corrí, pero tu sombra seguía yéndose más y más allá.  De pronto ya no estabas. Ya no había nadie.
Dentro de todo, debes de estar vivo en otra vida- pienso. Quizá Pasándotela bien en algún lugar del universo.    lilo