martes, 23 de abril de 2013

Leer y escribir




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Como muchos, desde pequeña, al comenzar mi aprendizaje de leer y escribir, lo hice llorando, porque el pretender hacerlo me resultaba tan complicado, tan sin sentido. No entendía el por qué estaba obligada a hacerlo. Muchas veces me daba la sensación de que a todos se les daba tan fácil y ello me provocaba más desesperación y enojo. Pero entonces, conforme transcurrían los años y armada de una buena dosis de paciencia, tanto por parte de quienes tenían a cargo la tarea de enseñarme, como la propia, aprendí a formar palabras, a formar oraciones, frases y así sucesivamente las letras por si solas iban tomando sentido. Entonces como el mayor de los descubrimientos, o como quien te confía su más preciado tesoro o su más grande secreto, supe por vez primera del verdadero valor y significado de tener un libro entre las manos y, más que ser capaz de leerlo fue tener el deseo de saber lo que en ellos había escrito. No estoy muy segura de a qué edad fue, pero es posible que haya sido entre los 10 y 11, cuando para mi vida, los libros se convirtieron en una mezcla de sutileza, sentimientos íntimamente resguardados, relatos confidenciales. Había dejado de ser simplemente aquello que estaba obligada a leer en la escuela, para pasar a ser un invento sustancial, útil, maravilloso y personal.

Cuanto más deseos tenia de otro libro en mano para leer, más difícil me resulta conseguirlo. Tanto era el delirio, que muchas veces soñaba con tener una enorme biblioteca y que cogía de los estantes un libro tras otro. Era un sueño, si, pero jamás desistí y por fortuna los libros de una u otra forma desfilaron por mis manos, acariciaron mi mirada, habitando desde entonces en mi mente, enamorando constantemente mi existencia. Hoy, aunque no tan grande como en aquellos sueños, tengo una espléndida librera con una preciada colección de libros.

Hoy día (años más tarde), sigue haciéndome llorar el proceso de leer y escribir, aunque ya en menor frecuencia y las razones distintas. Ahora suelo reparar constantemente en los sentimientos que motivaron al escritor a plasmar las palabras que voy leyendo, y así seguir tratando de crear mis propias historias. Un escritor, un libro y lector, son uno mismo; crean emociones, llenan nuestras vidas con más vidas, alimentan nuestros sueños, deseos e ideas. Yo siempre, siempre he de resaltar mi infinita gratitud y admiración por los maestros de las letras, que, de no ser por ellos, no logro imaginar cómo sería el mundo (en todo caso, mi mundo), posiblemente ni siquiera tendría la capacidad o el razonamiento de imaginar y de sentirme tan llena de vida. 
Li.Lo.

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