viernes, 4 de octubre de 2013

Desvanecer

–Todos los médicos son iguales. Sé que me dirán lo mismo de siempre, recetarán los mismos medicamentos, las mismas pruebas, tratamientos y las mismas palabras, aunque siempre traten de disfrazar o adornarlo todo como si fuera una especie de sello personal. Yo ya sé que no me curaré.  –Le dije.
 –Pero quizá con este médico todo sea diferente. Mejor. Pienso que un cambio en el tratamiento, por pequeño que sea, pueda tener algún beneficio y causar mejoras. No debes desanimarte.   –Me dijo.          –Yo no estoy desanimada. –respondí.

Silencio…
 –Supongo que estas harta y cansada, no solo de los médicos y sus tratamientos sino de las mismas palabras de todos.
 –Pues sí, la verdad es que sí, pero lo peor es el miedo. Es lo más horrible, y lo que más miedo me da, no es  el dolor en sí, sino imaginar el daño que aun pueda llegar.
Era un día miércoles de abril en que yo volvía a tener una cita con un nuevo médico. Como era la primera vez que me iban a revisar en ese hospital, la visita iba para largo, así que como en otras ocasiones, no quise que nadie me acompañara.  Sin embargo tres días antes, cuando yo había hablado con mi amigo, el insistió tanto en acompañarme que accedí a que nos viéramos al salir de mi consulta. Él dijo que me esperaría en la cafetería que estaba frente al hospital, a una hora que acordamos.
Aquella mañana yo no había desayunado nada, porque la cita médica así lo exigía y porque tampoco tenía apetito. Sin embargo, al cruzar por los pasillos de aquel desagradable lugar, deseé tanto una taza de café, que imaginé tan vivamente el aroma y su calidez. En aquellos pasillos solo había olor a medicina y enfermedad.
Me puse la bata, respiré hondo y cerré los ojos. Corre mi sangre a través de la jeringa. Se dilata y se contrae el tiempo y los silencios, como microorganismos bajo la lente de un microscopio. Y luego todo se disipa. No veo a la enfermera a los ojos, tampoco le contesto cuando intenta hacer conversación. Hace mucho que perdí el ánimo de hablar con la gente. Hago lo mismo con el médico cuando entra y creo que de entrada ya le caí mal.
Sentí frío,  mareo, un molesto hormigueo en los pies y nuevamente me dolía la cabeza con intensidad. Para consolarme, pensé en que quizá era por el hambre, y dije para mis adentros  al salir me bebería un latté  grande y me comería una dona de chocolate. Pero enseguida, esos ánimos se  esfumaron, el médico me miró con suma seriedad, luego percibí su pena y preocupación, nuevamente me pincharon, la inyección tarda en escurrirse por mis venas, no sé si ha sido él o la enfermera, empecé a ver todo borroso. Perdí el conocimiento.

 No sé si me encuentro aun en el mismo lugar, tampoco sé cuánto ha pasado desde que perdí la noción del tiempo en el hospital. Solo sé que ahora estoy en un lugar extraño, en un lugar donde no existe lo visible y lo irreal se hace presente. Por un instante siento la necesidad de que alguien sujeté mi mano o, de un hombro donde posar mi cabeza.  Pienso en mi amigo que se ha quedado esperando, pero…  enseguida reacciono. 
Aquí ya nada es posible. 

                                                                                                                                                  Li.Lo.

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