Yo, si bien era prudente y cumplida,
siempre fui bastante miedosa. Nunca me fiaba de nadie, tampoco confiaba las cosas al azar. Para mí no existía la
suerte, tampoco creía en la bondad de un futuro perfecto. ¿Por qué? Bueno, crecí en un ambiente, y una
familia que me educó así, muy a mi pesar y dolor, mi vida desde siempre fue una
vida desigual.
Un buen día, cuando recién había aprendido a leer y
escribir, fije la mirada en un libro y, sin siquiera pensarlo, creerlo o
imaginarlo, aferre mi vida a este.
Desde entonces me enamoré de la lectura, se
volvió mi faena sin contrato, sin limitaciones, adquirida tan a voluntad propia
y a placer, y aún con las censuras y disgustos que provoca en ocasiones a mi
entorno, el solo pensar en ello me hace sumamente feliz. Lo que yo encuentro en
esas páginas tenaces, resistentes, a veces melancólicas, en ocasiones
descarnadas, incluso brutales…,me estremecen con esa grandiosa energía que he
ido descubriendo en ellos, en los libros, soy incapaz de encontrarla en ninguna
otra parte. Y, cuando llegan las fases de pérdida, de miedo, tristeza, caída,
en la nada o el todo de la vida, me detengo a leer, como quien hace un alto en las labores diarias
para rezar, respirar profundamente y así ser capaz de volver a la vida.
Los libros siempre me han enseñado algo (o
mucho) a diario. A mí los libros me estremecen, me hacen sentir libre, a salvo,
idónea. Ellos marcan mis huellas en la vida.
Los libros… son la fuerza silenciosa y serena que nace de la sabiduría y
se posa en mi boca, en mis pies, en las palmas de mis manos, estas manos en las
que a veces creo que todo cabe: la alegría infantil, la seriedad de la madurez,
la paciencia, el éxito, el fracaso, la bondad y la eterna magnificencia de un abrazo, incluso la violenta tempestad del
corazón con sus desenfrenos y la serenidad del ánimo. El universo.
En los libros hay mucha vida, reinos
mágicos, mundos misteriosos, grandes secretos y tesoros incalculables.
… En
fin, los libros se han convertido en mis amigos del alma (que cada vez son más),
los que nunca me abandonan, los que me susurran sus historias en voz queda, los
que me hablan cuando nadie más lo hace. Nos escuchamos en silencio… desde su
corazón hasta mi corazón. Gracias a ellos no sufro de la sensación de desamparo
y soledad. Los libros me protegen de la
derrota, de la depresión, del aislamiento e incluso de la locura, y no dudo que
también ellos me hayan salvado de la muerte física y la pobreza espiritual.
Relato dedicado a un ser humano maravilloso
que conocí hace muchos años (1996), quien me dio cobijo, amistad, café,
conversación… y libros.
Li.Lo.
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