La verdad es que
somos dos bichos raros tu y yo. Nos movemos por este planeta como si en él sólo
viviéramos nosotros dos y nadie más. Hemos entablado en realidad una amistad
implacable y alocada, como si entre el resto de la gente fuera imposible
encontrar otro ser digno de llamarse amigo. No somos, a decir verdad amigos,
sino hermanos, como dos que un buen día se encuentran en el mundo. Yo
francamente pensaba en no estar hecha para la amistad, aunque a la fecha sigo
sin comprender que es aquello tan fabuloso que descubrí en ti y me hace creer
en ti y querer estar siempre a tu lado. Te agradezco profundamente que pienses
de igual forma sobre mí, aunque tú ni siquiera necesitas decirlo, tus actos
siempre me lo han demostrado.
Nuestra amistad
tiene, sin duda, algo misterioso si te digo que, en el fondo, no es tan
imposible que nuestros corazones estén unidos a pesar de que nos disponemos, en
repetidas ocasiones (tiempos prolongados) a distanciarnos. Precisamente ahora
pienso que, estar lejos uno del otro, no hace más que fortalecer y enaltecer
nuestra amistad. En tus cartas siempre eres muy atento, afectuoso y con una gracia que me hace pensar que a
veces no soy digna de tanto aprecio, y para ser más honesta tantas atenciones
las encuentro simplemente deliciosas. Te quiero.
¿Tendremos alguna
especie de excepción?…
Tu
viaje más largo ha sido de siete años, el mío de dos. Eternos viajeros.
Aquella época debió de fulminar ese
sentimiento o afectarnos de alguna forma. Sin embargo, a la fecha, nuestra correspondencia
no ha cesado, unida a una buena dosis de sanas carcajadas al teléfono y algunas
lagrimillas que siempre apremiaban la prolongada charla o nuestros gratos
silencios que lo dicen todo sin palabras, nos aveníamos perfectamente bien. Tú
y yo, hechos metáfora: nos removemos, cortamos, pegamos, pintamos y nos
encuadernamos en el interior de imágines (momentos compartidos) que, de verdad
son más que dignas del recuerdo.
Nuestra amistad no es
perfecta, sino única. Lo he dicho al inicio de lo que escribo, lo nuestro es
una amistad de hermanos raros y de locos, y muestra de ello es que, en cierta
ocasión, cuando recién empezábamos a conocernos, Tu, tuviste la gran
oportunidad de odiarme, de no quererme, sin que yo hubiese podido evitarlo,
pero bastó que nuestras miradas se encontraran (no más de dos a tres segundos),
darnos la vuelta y cada quien tomar su camino, para que esa misma tarde alguien
fuera a verte a tu casa, y en medio de un silencio profundo y extraño, nos
sentáramos en las gradas de la entrada... Dos sonrisas, vistas perfiladas al
horizonte. Así fue como sellamos nuestra amistad.
Cuantas horas
maravillosas he pasado luego en tu compañía. Siempre tierno, cariñoso,
divertido y respetuoso. Creo que el placer de nuestra alegría en común nos
mantiene con vida.
Nuestros días también
se van entre polvo, entre nubes que se amontonan y se alejan, lluvias cargadas
con nostalgia y melancolía, que muchas veces nos dejan extenuados. Ambos
sabemos que, si no te marchas tú, me marcho yo, pero al final volvemos a
nosotros. Nosotros hacemos al destino, nosotros nos rebuscamos en los confines
de la tierra y nos hacemos reencontrar. Tú me dices:
-¿Así que te vas a recorrer el ancho mundo?
Yo respondo:
-“Poco ancho es este ancho mundo para nuestra amistad”.
En esta última
ocasión me ha tocado a mí hacerte la pregunta, y tú me das la típica respuesta,
cual si fuese clave y contraseña, música y su canción.
Vuelve cuando sea el momento,
estoy siempre preparada para recibirte como te mereces: Ancha sonrisa, brazos abiertos
y un te quiero, que solo contigo que queda perfecto.
Ojalá vengas pronto.
Li.Lo.
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