Hace poco quería
contarte muchas cosas. De todo; de un día alegre, una visita, un enojo, de
tantas emociones. El caso es que pensé: “por la noche le contaré”. Llego la
noche y me sentía casada, más no tanto como para no escribir un breve y un minucioso
correo, y sin embargo no lo hice y me dije que al día siguiente te escribiría.
Paso el siguiente día
y no sé cuantos más. Recordé que tiempos atrás me moría por escribirte a
diario, y si mal no estoy nuestra comunicación era mucho más frecuente. No era falta de tiempo. No
entendí que pasaba, no es que no me acordara de ti o que no te quisiera
escribir, tampoco era el tedio de alguna rutina o aburrimiento. Esto me hizo
detenerme en seco y pensé que, de pronto ya no sabía cómo o que decirte y antes
de pasar a pensar otra cosa que considero hubiera sido un tremendo error,
reflexione en algunos recuerdos inolvidables que compartimos y me di cuenta de
que, en realidad tenía miedo de algo que en estos momentos no soy capaz de
explicar.
Entre – tu y
yo- hay una amistad sin falsedades,
sin condiciones, orgullos absurdos; es espontanea, con muchas interrogantes
pero sin necesidad de respuestas, sin esas pretensiones que suelen alejarnos del
espacio (mundo, futuro, destino) deseado. Una extraña alegría de compartir
nuestras vidas tan distintas y en común a la vez.
Por un momento creí
desaparecer esa pared, mas mi conciencia me obliga saber que esta ahí. ¿Qué si
algún día la cruzaremos o desaparecerá?, no lo sé…
Concluyo entonces que me
da lo mismo que sea un gigantesco muro, un abismo o una galaxia. Me quedaré
pegada a esta impalpable pared para que recuerdes que siempre estaré aquí.
lilo
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