miércoles, 18 de julio de 2012

La Mochila de Andrés

Miraba su mochila con frecuencia, incluso hasta soñaba las cosas que guardaba en ella, los objetos que en sus viajes le acompañaría, pero sobre todo ahora,  en el viajes que se convertiría en el primero de los  más importantes de su vida.
En algún momento libre, en casa o en el trabajo, procuraba siempre darle una mirada tanto de curiosidad como de deseo.
Paso entonces algo, a unas cuantas semanas del gran viaje.
Andrés charla conmigo, una tendida conversación, y aunque es a través de una delgadísima línea invisible, la de los móviles, resulta ser tan cercana como personal la conversación, que siento como si ambos estuviésemos en la sala frente a frente o a la par y, he de agradecer lo del tiempo ilimitado, así pues la platica de ese día se prolonga. Decía  entonces, se desarrolla una magnifica conversación que  nos introduce en una agradable diversidad de temas, hasta que llega el turno de la mochila.
Ah, la mochila. No sabría explicar cuanto y como reí en ese momento, después de acabar nuestra conversación y cuando estuve apunto de quedarme dormida, e incluso al siguiente día cuando ya me apuraba con desvelo y todo para el trabajo, a medio desayuno se me deja venir inesperada una risotada. Mi madre que paso  de imprevisto  me divisó riendo a solas en el comedor, me mira entre encrespada  y extrañada, y antes de que dijera algo le he dicho que no pasa nada, y me apresuro a salir de casa antes de que me alcance algún comentario o pregunta.
El asunto iba así, Andrés me cuenta con mucho entusiasmo sobre la mochila que tanto anhela, escucho en su voz esa alegría y orgullo por  aquel objeto. Y, como una vieja costumbre, mi mente va pintando el panorama y entonces lo veo aquí;  imagino el gesto, la mirada, y hasta el andar…
Hasta  allí todo iba bien, hasta que él, totalmente sumergido en su historia me describe un punto en el que dice: “Entonces, me fui a ver mi mochila”.
Ya no recuerdo exactamente que fue lo que me causo tanta gracia, si lo que dijo o el tono en que lo dejo venir. Solo sé que fue en ese preciso momento en el que me brotó una risotada (con hipo y todo) que ya no podía controlar, al inicio el no lo había notado y seguía de lo mas tranquilo hablando,  hasta que notó como yo parecía ahogarme en carcajadas. Y sin explicarse exactamente del, por qué de la risa, terminó riendo él también.
Y es que imaginen a Andrés, caminando lento y ausente en si, un tanto extraño como absorto, acercándose a algo que ha llamado su atención dentro de algún amplio armario o alguna especie de baúl o gaveta. Allí iba entonces, ensimismado, buscando con la mirada “su mochila”, que claro hasta entonces ¡solo lo proyectaba la pantalla de su ordenador! 
                                 lilo

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