domingo, 29 de julio de 2012
Cine Puro: Crítica de Never let me go (Nunca me abandones)
Cine Puro: Crítica de Never let me go (Nunca me abandones): Nota: 9,5/10 La novela bajo la cual está adaptada esta película fue un best seller en el 2005, cuando Alex Garland leyó la historia antes...

jueves, 19 de julio de 2012
Tiempo sin espacio (... distancia que no veo)
A veces me da
la impresión de que tan solo nos separa una delgada pared (así de asombrosa la
imaginación). Te imagino en tu espacio, allí tan cerca, al otro lado, el cual
en ocasiones creo inmenso, amplio, lleno de emociones, en otras creo que es
pequeño, lejano del mundo, un sitio ajeno, acogedor, tan solo tuyo… guardando
un equilibrio entre tú, la música y tus ilusiones. Supongo que de cierta forma
es así según sea tu estado de ánimo. Mírame aquí haciendo una armazón de tu
existencia. … yo por mi
lado, un tanto de la misma manera. A veces quisiera tan solo acercarme a esa
pared y escucharte del otro lado, saber que estas pegado a ella y susurrarme
desde allí; oírte decir que todo va bien, que aunque nuestras vidas a ratos de
complican, otras se descomponen, que aunque muchas veces nos sentimos felices,
bien acompañados o simplemente disfrutamos de nuestra soledad. Ambos estamos juntos,
que nos acompañamos y apoyamos. Que no nos olvidamos. Que tan solo nos
encontramos en otro punto de la pared. Sí, solo hay
una pared, esa que no nos deja vernos, escucharnos cuando lo necesitamos, que
nos limita de sentir ese contacto físico
tan substancial y urgente a veces como lo es una mirada, una caricia, una
sonrisa, un abrazo o… un beso.
Hace poco quería
contarte muchas cosas. De todo; de un día alegre, una visita, un enojo, de
tantas emociones. El caso es que pensé: “por la noche le contaré”. Llego la
noche y me sentía casada, más no tanto como para no escribir un breve y un minucioso
correo, y sin embargo no lo hice y me dije que al día siguiente te escribiría.
Paso el siguiente día
y no sé cuantos más. Recordé que tiempos atrás me moría por escribirte a
diario, y si mal no estoy nuestra comunicación era mucho más frecuente. No era falta de tiempo. No
entendí que pasaba, no es que no me acordara de ti o que no te quisiera
escribir, tampoco era el tedio de alguna rutina o aburrimiento. Esto me hizo
detenerme en seco y pensé que, de pronto ya no sabía cómo o que decirte y antes
de pasar a pensar otra cosa que considero hubiera sido un tremendo error,
reflexione en algunos recuerdos inolvidables que compartimos y me di cuenta de
que, en realidad tenía miedo de algo que en estos momentos no soy capaz de
explicar.
Entre – tu y
yo- hay una amistad sin falsedades,
sin condiciones, orgullos absurdos; es espontanea, con muchas interrogantes
pero sin necesidad de respuestas, sin esas pretensiones que suelen alejarnos del
espacio (mundo, futuro, destino) deseado. Una extraña alegría de compartir
nuestras vidas tan distintas y en común a la vez.
Por un momento creí
desaparecer esa pared, mas mi conciencia me obliga saber que esta ahí. ¿Qué si
algún día la cruzaremos o desaparecerá?, no lo sé…
Concluyo entonces que me
da lo mismo que sea un gigantesco muro, un abismo o una galaxia. Me quedaré
pegada a esta impalpable pared para que recuerdes que siempre estaré aquí.
lilo

miércoles, 18 de julio de 2012
La Mochila de Andrés
Miraba su mochila con frecuencia, incluso hasta soñaba las cosas que guardaba en ella, los objetos que en sus viajes le acompañaría, pero sobre todo ahora, en el viajes que se convertiría en el primero de los más importantes de su vida.
En algún momento libre, en casa o en el trabajo, procuraba siempre darle una mirada tanto de curiosidad como de deseo.
Paso entonces algo, a unas cuantas semanas del gran viaje.
Andrés charla conmigo, una tendida conversación, y aunque es a través de una delgadísima línea invisible, la de los móviles, resulta ser tan cercana como personal la conversación, que siento como si ambos estuviésemos en la sala frente a frente o a la par y, he de agradecer lo del tiempo ilimitado, así pues la platica de ese día se prolonga. Decía entonces, se desarrolla una magnifica conversación que nos introduce en una agradable diversidad de temas, hasta que llega el turno de la mochila.
Ah, la mochila. No sabría explicar cuanto y como reí en ese momento, después de acabar nuestra conversación y cuando estuve apunto de quedarme dormida, e incluso al siguiente día cuando ya me apuraba con desvelo y todo para el trabajo, a medio desayuno se me deja venir inesperada una risotada. Mi madre que paso de imprevisto me divisó riendo a solas en el comedor, me mira entre encrespada y extrañada, y antes de que dijera algo le he dicho que no pasa nada, y me apresuro a salir de casa antes de que me alcance algún comentario o pregunta.
El asunto iba así, Andrés me cuenta con mucho entusiasmo sobre la mochila que tanto anhela, escucho en su voz esa alegría y orgullo por aquel objeto. Y, como una vieja costumbre, mi mente va pintando el panorama y entonces lo veo aquí; imagino el gesto, la mirada, y hasta el andar…
Hasta allí todo iba bien, hasta que él, totalmente sumergido en su historia me describe un punto en el que dice: “Entonces, me fui a ver mi mochila”.
Ya no recuerdo exactamente que fue lo que me causo tanta gracia, si lo que dijo o el tono en que lo dejo venir. Solo sé que fue en ese preciso momento en el que me brotó una risotada (con hipo y todo) que ya no podía controlar, al inicio el no lo había notado y seguía de lo mas tranquilo hablando, hasta que notó como yo parecía ahogarme en carcajadas. Y sin explicarse exactamente del, por qué de la risa, terminó riendo él también.
Y es que imaginen a Andrés, caminando lento y ausente en si, un tanto extraño como absorto, acercándose a algo que ha llamado su atención dentro de algún amplio armario o alguna especie de baúl o gaveta. Allí iba entonces, ensimismado, buscando con la mirada “su mochila”, que claro hasta entonces ¡solo lo proyectaba la pantalla de su ordenador!

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