Aquí he llegado buscando a gritos los brazos de mi madre, pero algo flota en el aire de este tiempo que se resiste a la ternura, unos abrazos que raspan, erizando como espinas infinitas, se han roto todas las comunicaciones en casa, las ventanas se abren a media noche envueltas en miedo, viento y cortinas revueltas, sin que nadie sepa que empezó primero.
Es una cosa triste, triste como lo que se asienta en la comida después de comer una manzana a medias. Es un tristísimo hambre de todo; los días, el domingo sobre todo, que transcurre con los ojos entre sollozos y, hay algo que no se deja ver, un pensamiento color canela que va abriendo puertas cerradas para siempre.
Algo flota en la cocina, en el baño, en la habitación, en todo lugar; extraño, irreal, sobrenatural. Es algo inmenso como una capa de algo que se repite y fracasa, y que se deposita en mi piel como mancha o suciedad.
Todos se matan por discusiones tontas. Papá ya no está en la punta de la mesa como antes, ni lo estará nunca más. Relucen los sueños tirados a medio camino y las dignidades bajo el mantel. Ahora nadie sabrá lo que pasa.
Me miraban hablando entre ellos, y aunque ya no haya nada de que discutir, se empecinan en construir una malla fina de odio que no se rompe. ¡Yo no entiendo!, a pesar de sentir que me estoy volviendo loca un poco más todos los días, tal como las cosas en este país.
Ellos están desesperados por este viento helado, que no cesa en el revés de las cosas, a veces pienso que la casa está esperando que suceda algo para seguir sobre sus cimientos o caerse. La vida cotidiana se arruga a ojos vistos en la habitación más chica de abajo, la mía. Vivo condenada a estar sola para siempre, y sin embargo me miran amenazadores desde arriba con sus gestos crueles, es cuando para mi vuelven la existencia al alcance de las pesadillas.
Papá y mamá cada uno por su lado, se me perdieron por una neblina de no estar, cada uno en el extremo de una línea que no logro divisar…
El sol entra por las cortinas opacas como yemas pequeñas hinchadas de color amarillo pastoso que se caen al suelo de la habitación, manchando de colores tristes. Porque son las tres de la tarde en este cuarto del primer piso, preparado hace tanto tiempo para alguien que quizá no era yo, y que ya no llegará nunca y... que debía de alegrarles la vida a mis padres. Esta habitación que con el tiempo y el desamor se ha vuelto invisible.
Por ahora el corazón aun me late, un pequeño rayo de sol bajo, y una suave brisa ha dispersando uno nube que parecía polvo de talco… así elevo mis deseos sobre las tejas, sobre los árboles desnudos de hojas, pálidas como si su único alimento hubiese sido la obscuridad o seres pensativos, ensimismados en un solo suspiro, chirriando en medio del paisaje de alguna tarjeta postal olvidada. Ritos de oración que parecían venir de un desierto para irse por una alcantarilla, la verdad botada junto a las banquetas, debajo de algún puente donde se junta todo olvido, la basura, debajo de este mundo lleno de dolor… de tristeza.
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