jueves, 9 de agosto de 2012

Viajando en autobús… (Diario de una pasajera)

Cuando intento subir el primer escalón, siento que alguien me ha jalado por detrás de un solo tirón. Es el conductor que ha metido sin pensar la pata al acelerador. Estoy en Guatemala, acabo de abordar un autobús.
Como ya es normal, según oigo del resto de pasajeros, por aquí dentro apenas hay lugar para ir parado, no digamos para ir sentado (lo cual resulta igual de incómodo por lo inaudito de los asientos), sin embargo lo curioso de esto es que el ayudante del conductor vocifera con fuerza y brutalidad que aquí dentro aún hay espacio… y nos pide que nos corramos.
El conductor sigue acelerando y frenando con una brusquedad súbita  que me hace pensar que jamás antes ha estado al volante de un vehículo y que por lo visto intenta con saña, de cual testarudo, conducir este, en el cual vamos casi un centenar de personas.
Hoy, como la mayoría de veces en esta ciudad el calor es sofocante, y dentro de esta lata atiborrada de humanos, la sensación es peor aun. Alguien me ha machucado los pies, y la vez yo, sin la menor intención le he dado un empujón a alguien más. A estas alturas ya todo el mundo lleva cara de cansancio, molestia, irritación, fastidio y miedo, ¡si!, miedo, porque resulta que repentinamente sube alguien gritando frases, que ha grabado con una ridícula exactitud, del que a pocos minutos después vendrá a este mismo transporte, y dirá lo mismo que el siguiente y el siguiente y el siguiente, todos con esas palabras disfrazadas de “te vendo algo” o “regálame una ayudadita”, las cuales en realidad quieren decir (algunos con miradas y gestos bastante obvios): “o me lo das o te lo robo”…
El colmo de todo es que, por más raro que para algunos como yo parezca, la gran mayoría de las personas que vamos a bordo de esta o en cualquier otra unidad de transporte semejante, prefieren callar y fingir (o pretender) que todo esta bien. Nadie dice nada, y si alguno se atreviese a protestar, su voz además de no hacer eco, será sujeto de burlas y de críticas (o en el peor de los casos, su vida resultase amenazada).
Estoy exhausta, y me encuentro aun distante de la estación de mi destino. Mi jaqueca ya se ha vuelto intolerante, tanto por el calor que aquí dentro me sofoca, como por el estruendo  que emiten las bocinas de la radio que trae la camioneta (para gusto del conductor y su ayudante claro está), y que todos nos vemos obligados a escuchar; este es una mezcla de sonidos extraños, que carecen de razón,  cultura y, que puede ser todo menos música.
Ya voy cerca me digo sin emitir sonido alguno, para intentar animarme y poder soportar el tramo restante. Me duelen las manos por los tirones que no deja de dar el conductor  (como si este fuera un carrito de feria), y siento hinchados los pies porque desde que subí, hace ya más de una hora en este cacaste, a duras penas he podido estar de pie.
Por mi mente ha pasado la idea de bajarme de este traste y continuar a pie, pues sin duda seria preferible el cansancio a esto, sin embargo tanto yo como la mayoría de los que aquí venimos, carecemos por ahora de más tiempo para desplazarnos a estas distancias, y para otros la carencia de fuerzas (véase ancianos, niños, discapacitados, embarazadas, y otros).
Ahora que ya voy cerca, otra angustia me ha saltado, ¿Cómo le hago para salir de aquí?, ¡ni siquiera puedo  medio girar!, trato de pedir permiso para poder escurrirme entre todos pero no lo consigo, mientras tanto alguien, a quien no logro ver me ha gritado que empuje a todos si quiero bajar. Viendo que la situación es mucho más complicada de lo que pensé, hago caso a lo que me han anunciado y empiezo forzar entre todos y a pedirles,  de diestra a siniestra, que me dejen salir. Luego de una larga lucha, golpes, empujones por un lado y por el otro, sudor ajeno que se mezcla con el mio y que esta apunto de hacerme llorar y vomitar a la vez…
Por fin logro salir, casi de la misma forma en que subí; con la sensación de que me han bajado de un empujo y que con un poco de suerte no me he ido de cara contra la acera. Luego del humo espeso y tóxico que me ha obligado a inhalar en su acelere, al fin puedo sentir alivio.
Veo como el autobús se aleja y en este preciso instante me digo frustrada y decepcionada por mi suerte, “ya no quisiera volver a subir allí”…    pero sé, para mi desdicha, que mañana, casi a la misma hora abordaré de nuevo otro autobús.
lilo


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